“Ensalzad a Jehová nuestro Dios, y encorvaos al monte de su santidad; porque Jehová nuestro Dios es santo.” Salmo 99:9
Dios en tres personas: tres veces santo.
El salmo 99 nos dice que Dios es santo y se lo menciona en tres versículos, en el 3, en el 5 y en el 9. Nuestro Dios es Trino, Dios en tres personas, y por lo tanto, podemos decir que este salmo reafirma la santidad de las tres personas, es decir de la Santísima Trinidad. En cada versículo se nos invita a alabar, a ensalzar el nombre de Dios y a encorvarnos ante Su Santa Presencia, es decir a llegarnos ante Él con temor reverente y con humillación, postrados en actitud de adoración. El motivo de esta adoración y de este ensalzamiento es Su Santidad.
Dios es el único digno de adoración por esta cualidad. En el cielo, los ángeles de Dios y todos los redimidos que allí se encuentran, alaban constantemente a la Santísima Trinidad. Lo leemos por ejemplo en Isaías 6: 1 a 3 “...vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas henchían el templo. Y encima de él estaban serafines: cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, y con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos: toda la tierra está llena de su gloria.” ¡Cuánto ejemplo nos dan los ángeles de Dios! que están en constante alabanza y adoración a Dios y lo hacen con suma reverencia y limpieza. Se cubrían por respeto a la Santidad de Dios. ¿Y nosotros cómo nos presentamos ante Su Presencia cuando venimos a Su casa? y aún cuando eventualmente estamos conectados desde nuestros hogares para los diferentes cultos? No olvidemos que cada vez que nos conectamos a una reunión virtual, estamos también ante Su presencia en un culto de adoración.
El significado del concepto “santo” según el diccionario, según la iglesia católica y según la Palabra de Dios.
Según el diccionario de la RAE, el término santo, significa entre otras acepciones: Perfecto y libre de toda culpa. // Que es venerable por algún motivo de religión. // Dedicado y consagrado a Dios.- Estos significados se aplican perfectamente a nuestro Dios, porque Él es el único perfecto y libre de culpa. La Biblia dice que no hay justo ni aún uno en este mundo (Salmo 14:3) Él es el único digno de veneración y adoración por los motivos ya mencionados antes, porque es grande, porque es santo. Pero también se aplica a las cosas que se dedican, que se consagran para los usos de las cosas de Dios. Todo lo que se usa para el servicio del Señor es consagrado, apartado únicamente para Sus usos y limpio de todo pecado. Así debemos ser nosotros los hijos de Dios cuando nos acercamos a rendirle culto y a servirle.
En el diccionario, también hace mención al término santo referido a las personas declaradas santas por la Iglesia Católica, por el Papa, para que se los venere por considerarlos libres de pecado, por haber hecho al menos dos milagros y por llevar vidas ejemplares. También el Papa es llamado Su Santidad. Estas son todas expresiones erradas, cuando el Señor es bien claro en Su Palabra, que nadie es santo por virtudes propias ni menos aún hacerse llamar Su Santidad, cualidad que sólo le pertenece a Dios.
Leamos algunos versículos que en la Palabra de Dios, hacen mención al término
“santos”:
Salmo 50:5 “Juntadme mis santos; los que hicieron conmigo pacto con sacrificio.”
Romanos 1:7 “A todos los que estáis en Roma, amados de Dios, llamados santos…”
1a. Corintios 1:2 “A la Iglesia de Dios que está en Corinto, santificados en Cristo Jesús, llamados santos, y a todos los que invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo en cualquier lugar, Señor de ellos y nuestro.”
¿Cómo es que en la Biblia se aplica este término refiriéndose a seres humanos, si el único santo es Dios? Aquí es Dios mismo quien nos llama santos y dice que somos su propiedad, porque nos llama “mis santos”. En el pasaje de Romanos se agrega algo más, la hermosa expresión “amados de Dios” y luego dice “llamados santos”. ¡Qué precioso que Dios nos considere amados suyos, sus santos! y en el pasaje de Corintios aclara que no se aplica sólo a hermanos de una iglesia en particular, ni se califica como santos a los que se portan bien o tienen virtudes propias como sostiene el catolicismo, sino que aclara que cualquiera puede ser santo, si es santificado por Cristo Jesús, por haber invocado Su Nombre y haber reconocido a Cristo como el único santo, puro, sin culpa, que murió por nuestras culpas, por nuestros pecados. Él nos hace santos por tener al santo en el corazón.
Apartarnos de toda especie de mal.
Seguimos siendo pecadores porque mantenemos nuestra vieja naturaleza pecaminosa pero una vez que aceptamos al Santo en el corazón, debemos procurar una vida de santidad que agrade al Señor. Así leemos en 1ra. Tesalonicenses 5:22 a 24: “Apartaos de toda especie de mal. Y el Dios de paz os santifique en todo; para que vuestro espíritu y alma y cuerpo sea guardado entero sin reprensión para la venida de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es el que os ha llamado; el cual también lo hará.” Es un mandamiento divino el apartarnos de toda especie de mal, y aquí se incluye todo lo que no está mencionado explícitamente en la Biblia pero que sabemos que es malo porque en definitiva no se enmarca dentro de las características que deben tener las cosas en las que nos ocupamos, hacemos, pensamos, cada día, como se menciona en Filipenses 4:8 “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre, si hay virtud alguna, si alguna alabanza, en esto pensad.” En otras palabras nos está diciendo que pensemos en Dios y en sus cosas, porque en este mundo no hay nada que reúna estas virtudes santas sino sólo Dios.
Dios nos pide que nos apartemos de toda especie de mal para ser consagrados a Él, y esto es lo que significa ser santos, ser santificados. Pero Él mismo que conoce nuestra incapacidad para lograrlo, por eso nos promete Su ayuda divina. Dice Tesalonicenses que Él nos santifica en todo, que incluye, el alma, el espíritu y el cuerpo. Y como Él es fiel, no sólo nos lo dice sino que lo hará por nosotros, nos ayudará a santificarnos si se lo pedimos y dejamos que obre en nuestras vidas.
Santificado sea Tu Nombre.
El Señor nos enseñó a orar y en Mateo 6:9 nos dice que al orar debemos decir así: “Vosotros pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.” ¿Qué está queriendo decir esta expresión “santificado sea tu nombre”? Porque tal vez la decimos al orar como una muletilla o una frase que repetimos porque sabemos que debemos decirla pero no entendemos lo que decimos. Santificado sea tu nombre quiere decir que debemos hacer santo el nombre de Dios en nuestro andar cotidiano, en la integralidad de nuestro ser, aún en el cuerpo. Dios es santo, y no tiene necesidad de santificarse, pero sí Su Nombre debe ser ensalzado y venerado por Su santidad también en nuestras vidas. La gente se debe dar cuenta que somos santos, que nuestro hablar, pensar, vestir, nuestra manera de obrar, deja ver que el Santo está en nuestro corazón y que somos apartados de todo lo malo para Dios.
¿Es siempre así? ¿Puede Dios mirarnos y llamarnos sus amados, sus santos?
El Señor oró por los suyos para que sean santificados. También Él se santificó a sí mismo por nosotros.
El Señor no solo nos enseñó a orar para que Su nombre sea santificado en nosotros cada día, sino que también oró cuando estaba en la tierra pidiendo esto mismo al Padre Santo, cuando leemos en San Juan 17: 15 a 17 “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en tu verdad: tu palabra es verdad.” Y el verso 19 también nos dice que Él mismo se santificó por nosotros, para que seamos santificados en verdad. “Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en verdad.”
El Señor era sin pecado. Como hombre podría haber caído pero no lo hizo porque su naturaleza humana perfecta y santa, se mantuvo santificada, apartada de toda especie de mal, por amor al Padre y por amor a nosotros, porque sabía que la única manera de salvarnos era derramando Su sangre preciosa limpia y pura en la cruz del Calvario, como un cordero santo y puro, sin mancha. ¡Cuánto nos amó y ama el Señor que se santificó por nosotros!
Sed santos, porque Yo soy Santo.
El Señor se nos presenta como el Santo, y nos dice que debemos ser santos. Leamos en 1a. Pedro 1: 15 y 16 “Sino como aquel que os ha llamado es santo, sed también vosotros santos en toda conversación. Porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo.” Debemos ser dignos del título de santos y eso sólo se logra con una vida consagrada a Él, conversando y viviendo en limpieza, porque como sigue diciendo este pasaje en los versos 17 a 19, en toda nuestra peregrinación en este mundo, debemos vivir en santidad porque fuimos rescatados por el grande sacrificio del Santo Cordero de Dios. Es digno de ser llamado Santo pero también es merecedor y digno de que hagamos Santo Su Nombre cada uno de aquellos que Él redimió.
La voluntad de Dios es nuestra santificación.
En 1a. Tesalonicenses 4:1 a 4 el Señor nos recuerda con exhortación, el mandamiento que hemos estado meditando hasta aquí: “Resta pues, hermanos, que os roguemos y exhortemos en el Señor Jesús, que de la manera que fuisteis enseñados de nosotros de cómo os conviene andar, y agradar a Dios, así vayáis creciendo. Porque ya sabéis qué mandamientos os dimos por el Señor Jesús. Porque la voluntad de Dios es vuestra santificación: que os apartéis de fornicación; que cada uno sepa tener su vaso
en santificación y honor.” Así como fuimos llamados santos desde que creímos en el Santo Salvador, así tenemos que crecer y andar cada día en el camino de santidad. Se debe notar un progreso, un crecimiento en la vida cristiana. Y nos recuerda este precioso texto el verso 3, que la Voluntad de Dios es nuestra santificación. Muy conocido versículo pero muchas veces, tristemente, muy poco aplicado a las decisiones que tomamos en cuanto al trabajo que elegimos, a la novia o al novio que anhelamos, a las carreras, oficios que seguimos, las amistades con las que nos rodeamos, la literatura, la música y los contenidos audiovisuales que consumimos a diario, todo esto debe estar atravesado por esta sentencia de que la voluntad de Dios es nuestra santificación. No quiere decir como decía el Señor, que tenemos que ser quitados de este mundo, sino que, como dijimos, debemos guardarnos del mal y se tiene que notar la santidad en todos los aspectos de nuestra vida. Por eso dice que el Señor nos santifica en todo.
El culto a Dios debe ser en santidad.
El Señor quiere que le sirvamos en santidad y no en nuestros pecados e inmundicias sino que le rindamos un racional culto en sacrificio vivo y santo. (Romanos 12:1)
La Palabra de Dios es santa y tiene efectos en nuestra vida.
Tenemos que recordar que Su Palabra es santa (Juan 17:17) por lo que debemos tener mucha reverencia al leerla y meditarla. Dice el Salmo 19:7 “La ley de Jehová es perfecta, que vuelve el alma…” y el verso 8 “Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón: el precepto de Jehová, puro, que alumbra los ojos.” Al leerla y guardarla en el corazón, nos santifica porque nos vuelve el alma del pecado, nos trae alegría al corazón y alumbra los ojos espirituales con su pureza. ¡Cómo desaprovechamos la santificación al dejarla en la biblioteca sin abrir por varios días…! No sentiremos sus efectos y por el contrario, empezaremos a ensuciarnos y contaminarnos con las cosas mundanas.
El templo de Dios es santo. La santidad conviene a Tu casa.
También el templo del Señor es santo y nos sacia el ser entero y el Espíritu Santo que mora en nosotros se regocija cuando nos acercamos al monte de la santidad de Dios para rendirle adoración. Leemos en el Salmo 65:4 “Dichoso el que tú escogieres, e hicieres llegar a ti, para que habite en tus atrios: seremos saciados del bien de tu casa, de tu santo templo.” ¡Qué privilegiados somos y no nos damos cuenta o no valoramos cuando despreciamos la invitación del Dios Santo a ser saciados de bien en Su santo templo. El salmo 93:5 dice que la santidad conviene a la casa de Dios, y el Salmo 87:1 dice que “Su cimiento es en montes de santidad”, haciendo referencia a Jerusalem pero también al templo, a la casa de Dios porque sabemos que Cristo, es el fundamento de la iglesia, la piedra angular. (Efesios 2:20) Debemos estar bien fundados en el Dios Santo para que también se pueda decir de nuestro templo espiritual, que está fundado sobre cimientos de santidad. Si los cimientos son de santidad, toda la estructura debe mostrarla.
Santa convocación: las reuniones en la Iglesia.
Cada vez que venimos al templo, Dios llama a una santa convocación para encontrarnos con el Santo, adorarle, ensalzarle por Su santidad y además, llenarnos de bien espiritual. Qué misericordia la de Dios. Levítico 23:7 “El primer día tendréis santa convocación: ninguna obra servil haréis.” No podemos faltar a esta santa cita si oímos Su llamado. Recordar que cuando venimos a Su casa, debemos tener mucho temor reverente, porque es tierra santa, estamos ante la presencia del Dios Santo. Recordemos lo que le dijo Dios a Moisés en Éxodo 3: 5 “Y dijo: No te llegues acá: quita tus zapatos de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es.” Debemos despojarnos de nuestra suciedad que se nos pega al andar en el mundo, así como se adhiere la tierra a las suelas de nuestros calzados, también se nos ensucia nuestro corazón diariamente y debemos acudir al Santo para que nos santifique y limpie con la preciosa y pura sangre de Cristo, antes de allegarnos a Su presencia.
El Señor no solo nos recuerda que debemos guardar el día de reposo para santificarlo como dice uno de los diez mandamientos en Éxodo 20:8, es decir apartarlo todo y completamente para Él, dedicarlo para sus cosas, sino también nos dice que es bueno que nos juntemos aquellos que somos Sus santos. No es un día para estar aislados. En Joel 2:15 y 16 leemos: “Tocad trompeta en Sión, pregonad ayuno, llamad a congregación. Reunid el pueblo, santificad la reunión, juntad los viejos, congregad los niños y los que maman: salga de su cámara el novio, y de su tálamo la novia.” Todas las edades desde el bebé hasta el anciano debemos congregarnos porque es una santa y solemne convocación de Dios. Aún no hay excusas, los recién casados, también debieran asistir a la convocación. Nada hay más importante que acudir al llamado. Si no nos acostumbramos cada día de reunión, a oír la Voz de Trompeta divina que nos llama, ¿cómo vamos a estar preparados para el Santo y Glorioso día en que sonará la trompeta de los cielos para acudir al encuentro con el Salvador? (1a. Corintios 15:52)
La santificación y las bendiciones de Dios.
Finalmente podemos mencionar que el Señor nos pide que nos santifiquemos para que podamos recibir de Sus bendiciones. Así como lo hizo con Su pueblo Israel, cuando les dijo lo que leemos en Josué 3:5 “Y Josué dijo al pueblo: Santificaos, porque Jehová hará mañana entre vosotros maravillas.” No dejemos al Señor con Su santo deseo de saciarnos de beneficios. El desea vaciar las ventanas de los cielos para que nuestras vidas sean bendecidas pero nosotros en nuestra dureza de corazón muchas veces no nos queremos santificar. Él quiere obrar maravillas en nuestras vidas. Ojalá que así lo entendamos y que podamos decir como María: “…me ha hecho grandes cosas el Poderoso; y santo es su nombre.” Lucas 1:49
La Redacción.
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