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Radio 24hs de la ICE

  • Foto del escritorIglesia Cristiana Evangelica Tandil

DIÓTREFES Y DEMETRIO


Lectura base: 3ra. Juan : 9 a 15


No seguir el mal ejemplo de Diótrefes.

“Amado, no sigas lo que es malo, sino lo que es bueno. El que hace bien es de Dios: más el que hace mal, no ha visto a Dios.” v.11


Este santo consejo se lo daba el apóstol Juan a su hermano y amigo Gaio, cuando le escribe la carta, luego de haberle mencionado su preocupación por las malas actitudes que estaba tomando Diótrefes dentro de la congregación local pero también con los hermanos de otras iglesias.


¿Cuáles eran esas malas cosas que hacía Diótrefes?, repasando lo visto anteriormente, mencionamos las acusaciones que quedaron registradas por el apóstol y que por ende quedaron para siempre en las Sagradas Escrituras, para vergüenza de Diótrefes, pero, por sobre todo, para nuestra advertencia y admonición:

  • Amaba el primado tanto en la iglesia como en su propia vida. (sobresalir entre los demás, creerse superior, vanagloriarse, manifestar el orgullo, etc.). (v.9)

  • Se creía dueño de la iglesia, y no recibía a ciertos hermanos. Seleccionaba a los que él quería o acordaban con su forma de pensar. (v.10)

  • Prohibía la entrada a los creyentes que recibían a los misioneros que venían de parte de Juan. (v.10)

  • Echaba de la iglesia a los creyentes que no concordaban con sus ideas y formas de actuar. (v.10)


“No recibir”, “prohibir”, “echar”, todos verbos muy ajenos a Nuestro Salvador, al Señor Jesús que es el Dueño de la Iglesia, la cual compró con Su sangre preciosa. Jesús dijo: “Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera.” (Juan 6:37)


Si Diótrefes intentaba ejercer el obispado, se estaba olvidando lo que dice la Palabra en Hechos 20:28 “Por tanto mirad por vosotros y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual ganó por su sangre.” Es el Señor el Dueño de la Iglesia y Él es quien capacita y bendice con dones espirituales a cada uno de Sus hijos para que sean ejercidos según Su Voluntad ocupando los lugares que Él ha ordenado. Que cada uno de nosotros despertemos el o los dones que tenemos por designio divino y que podamos sentir con seguridad que nos ha puesto en Su obra en el lugar que ha determinado. No debemos usurpar un lugar que no nos corresponde sino cumplir con Sus propósitos para edificación y bendición de todos en el cuerpo de Cristo.


Dice Marcos 3:13 y 14, hablando del Señor Jesús y la elección de los 12 apóstoles: “Y subió al monte, y llamó a sí a los que él quiso; y vinieron a él.” “Y estableció doce, para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar”. Que esta sea una realidad en cada uno de nosotros, que sintamos Su llamado, primero para salvación, y luego para servirle. Que podamos ir a Él y dejar que nos establezca en Su obra para poder permanecer con Él hasta el final, hasta el día de Su Venida o hasta el día que nos llame a Su Presencia.


Dice Dios en el Salmo 101:4 a 7 Corazón perverso se apartará de mí; No conoceré al malvado (4). Al que solapadamente infama a su prójimo, yo le cortaré; No sufriré al de ojos altaneros, y de corazón vanidoso (5). Mis ojos pondré en los fieles de la tierra, para que estén conmigo: El que anduviere en el camino de la perfección, éste me servirá (6). No habitará dentro de mi casa el que hace fraude: El que habla mentiras no se afirmará delante de mis ojos (7).”


“Parlando con palabras maliciosas”.


¡Cuán poco temor delante de Dios tenía Diótrefes!, entre todas las malas cosas que mencionamos y que obraba sin ningún reparo, también dice el apóstol que uno de los pecados era el mencionado en el Salmo 101:5, hablando con infamias sobre los demás y en especial sobre siervos de Dios. El apóstol Juan dice en el verso 10 de su tercera carta: “Por esta causa, si yo viniere, recordaré las obras que hace parlando con palabras maliciosas contra nosotros…” El término “parlando” viene del verbo “parlar” o “parlotear” que significa: “hablar cosas sin sentido, murmurar, chismear, levantar falsas acusaciones.” Tiene relación con el verbo infamar que significa: “ofender la fama, el honor, el buen nombre de una persona.” Esto era una “obra” de la carne, por eso Juan dice que le recordará las obras que hace y menciona el hecho de parlar contra los creyentes no como un mero dicho sino como una obra, una mala obra. La lengua y el corazón engañoso usados carnalmente, ¡cuán terrible fuego pueden encender! como dice Santiago 3:5. ¡Cuánto daño podemos hacer en la obra del Señor si no crucificamos nuestra lengua, nuestra mente, nuestra carne! Sigue diciendo en los versos 8 y 9 “Pero ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal. Con ella bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, los cuales son hechos a la semejanza de Dios.” y frente a esta exposición del apóstol Santiago, se nos exhorta en el verso 10 “...Hermanos míos, no conviene que estas cosas sean así hechas.”


Al leer estos versículos no podemos más que pedirle perdón al Señor por las veces que también obramos mal, y no somos cooperadores de la verdad, sino que arruinamos con nuestros dichos, con nuestras murmuraciones contra los hermanos, con nuestras parlerías, la tarea que se hace en el nombre del Señor. La obra no quedará sin Su fruto porque es de Él, pero no estaremos siendo nosotros de bendición y si persistimos en nuestro accionar, el Dueño de la Obra pondrá las cosas en lugar como dice el Salmo 101 que hemos leído: ...se apartará de mí... yo le cortaré; No sufriré ...No habitará dentro de mi casa el que hace fraude: El que habla mentiras no se afirmará delante de mis ojos.” ¡Qué tremendo que el Señor tenga que obrar de esta manera en Su Viña, si hubiera alguno en la congregación con estas características!


Conociendo la lengua que tenemos, conociendo nuestro corazón engañoso, no podemos más que decirle al Señor, antes de cada oración, de cada predicación, de cada palabra dirigida a un hermano, a un alma, las palabras del salmista en el Salmo 141:3 y 4: “Pon, oh Jehová, guarda a mi boca: Guarda la puerta de mis labios. No dejes se incline mi corazón a cosa mala, a hacer obras impías con los que obran iniquidad…”


Como dice la definición de parlar, a veces decimos cosas sin sentido y hablamos por hablar, palabras ociosas, de las cuales daremos cuenta ante el Señor quien dijo: “Mas yo os digo, que toda palabra ociosa que hablaren los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado.” (Mateo 12:36 y 37) En Santiago 4:11 y 12 también se nos exhorta a no murmurar contra los hermanos en Cristo, porque estamos murmurando contra el mismo Señor: Hermanos, no murmuréis los unos de los otros. El que murmura del hermano, y juzga a su hermano, este tal murmura de la ley, y juzga a la ley; no eres guardador de la ley, sino juez…¿quien eres tú que juzgas a otro?”


Por la lectura que hacemos de la tercera carta de Juan, creemos que Diótrefes hablaba sin tapujos en contra del apóstol y de los hermanos obreros, pero cuidado que tal vez no lo hacemos de este modo, pero sí, podemos criticar y hacerlo solapadamente, ambas cosas no agradan al Señor. La murmuración en la congregación, hoy día adopta otras maneras, ya que podemos “murmurar” usando los medios tecnológicos y eso es hablar solapadamente en contra del prójimo y más aún en contra de un hermano en Cristo. Pongámonos bajo la mirada y dejemos que Él nos muestre lo que nosotros no vemos o a veces no queremos ver, y clamemos al Señor para que no permita que seamos de tropiezo para Su obra con nuestras conversaciones, pensamientos, dichos y comentarios en especial entre el pueblo de Dios. Que seamos sólo para Su honra en todos nuestros dichos y hechos.


El testimonio de Demetrio.


El Señor Jesús le dijo a los fariseos en una oportunidad: “...antes honro a mi Padre, y vosotros me habéis deshonrado.” (Juan 8:49) ¡Qué tremenda sentencia la emitida por el Señor! Que Dios nos libre de ser parte de los que deshonramos Su Nombre con nuestra. Contrariamente, como lo hacía Demetrio, el creyente fiel que Juan nombra en el verso 12 de su tercera carta: “Todos dan testimonio de Demetrio, y aún la misma verdad: y también nosotros damos testimonio; y vosotros habéis conocido que nuestro testimonio es verdadero.”


¿Quién era Demetrio?... No tenemos más datos que los que figuran en este versículo 12 de la tercera carta de Juan, pero con lo que allí leemos de él, nos es suficiente para darnos cuenta de la clase de creyente que era. El nombre es de origen griego y significa: perteneciente a Deméter, la diosa griega de la agricultura. Se deduce que Demetrio era griego, de origen pagano y convertido al cristianismo, es por ello que es aún más notable el buen testimonio que daba al mundo, de su conversión genuina al Señor. Lo llamativo de este versículo 12 es que dice que “todos” daban testimonio de su vida de entrega al Señor y fidelidad a Su Palabra. Juan también daba buen testimonio de Demetrio y todos sus consiervos. Se podría decir que había plena unanimidad respecto a la opinión que tenían sobre su vida cristiana que incluye aspectos tanto eclesiales como seculares. Dice el apóstol Juan que aún la misma verdad daba testimonio de Demetrio, es decir que el mismo Espíritu Santo daba testimonio y de hecho así lo dejó registrado en las Escrituras, sobre su vida de fidelidad y consagración al Evangelio. En el evangelio de Juan capítulo 14 verso 6, leemos hablando del Señor Jesucristo y del Espíritu Santo: “Jesús le dice: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida…” y en el verso 17 dice Al Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; mas vosotros le conocéis; porque está con vosotros y será en vosotros.” ¿Nos damos cuenta qué privilegio tuvo Demetrio de que el propio Señor, el mismo Espíritu Santo dieron testimonio de su vida cristiana? y aún hoy cada vez que alguien abre la Palabra y lee la tercera carta de Juan en el verso 12, el Espíritu sigue testificando de su fidelidad, de su vida acorde al camino de la verdad. ¿Qué se podrá decir de nosotros como hijos de Dios, como vecinos, como compañeros de trabajo, como estudiantes, como padres, abuelos, etc.? ¿Qué espectáculo estamos dando tanto en la tierra como en el cielo? En 1a. Pedro 1:12 dice que los ángeles desean mirar y gozarse con los creyentes que sirven al Señor y cumplen con el ministerio de predicar las buenas nuevas de salvación como ellos lo hacían en su tiempo enviados por el Señor. Hoy nos toca anunciar por medio del Espíritu Santo que está en nuestro corazón, la verdad del evangelio a las almas, pero también testificar con nuestras vidas entregadas a la verdad. Que podamos no sólo proclamar sino vivir lo que profesamos creer. Como el mismo Juan decía a Gaio en el verso 4 “No tengo mayor gozo que éste, el oír que mis hijos andan en la verdad.” Qué precioso si cada creyente de las congregaciones locales, andamos en la verdad y somos como Demetrio, irreprensibles delante de Dios y delante de los hombres. ¡Cómo resplandecería la iglesia de Cristo en este mundo oscuro y qué espectáculo tan hermoso daría ante la Santísima Trinidad y ante los ángeles de Dios! Filipenses 2:15 nos dice al respecto: “Para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin culpa en medio de la nación maligna y perversa, entre los cuales resplandecéis como luminares en el mundo.” Y justamente el verso anterior a este, el 14, viene diciendo “Haced todo sin murmuraciones y contiendas.” ¿No es maravillosa la Palabra de Dios como se complementa y relaciona en todos los aspectos mencionados hasta aquí? Nunca seremos de buen testimonio, espectáculo, luz en el mundo, irreprensibles, si murmuramos y tenemos contiendas entre nosotros los renacidos. Tanto Demetrio como Gaio, hacían todo sin murmuraciones ni contiendas, ya que hacían todo fielmente y llenos del Espíritu.

Se cree que Demetrio era uno de los misioneros o hermanos fieles que viajaban para hacer la obra y que Diótrefes no quería recibir. Entendemos que al igual que otros de los misioneros, como dice el verso 7 de 3ra. de Juan, eran hombres de Dios que habían partido por amor del nombre de Cristo, sin importarle nada más que cumplir con lo encomendado por el Señor. “Porque ellos partieron por amor de su nombre, no tomando nada de los Gentiles.” ¿Qué se podrá decir de nosotros? ¿Somos creyentes fieles que cumplimos nuestro ministerio sin anteponer nuestros deseos y necesidades carnales? ¡Cuántas enseñanzas nos dejan estos creyentes de la antigüedad!


Salutaciones finales.


Finaliza esta breve, rica y profunda carta del apóstol Juan, mencionando en el verso 13 que en realidad fue corta porque el resto de las muchas cosas que le pensaba decir, se las expresaría personalmente y no ya por medio de papel y tinta. El deseo de Juan en el verso 14, también es el que tenemos muchos de nosotros, que hoy nos podemos comunicar a través de los medios que nos brinda la tecnología pero que anhelamos poder vernos cara a cara porque nos amamos en el Señor y deseamos estar juntos. “Mirad cuán bueno y delicioso es habitar los hermanos igualmente en uno!” Salmo 133:1.


Qué precioso final el de esta epístola que nos recuerda en el verso 15, la importancia de saludarnos, de estar juntos, de considerarnos los unos a los otros y provocarnos al amor fraternal y a las buenas obras, y de no murmurar entre nosotros. Al finalizar una reunión, el trato respetuoso y lleno del amor de Cristo entre los creyentes es un espectáculo que los ángeles y la Santísima Trinidad anhelan disfrutar. También dice la Palabra en Juan 17:21 que la gente del mundo creerá en Jesús por el testimonio de unidad y amor verdadero que nos demostremos entre nosotros. “Para que todos sean una cosa, como tú oh Padre, en mí, y yo en tí, que también ellos sean en nosotros una cosa: para que el mundo crea que tú me enviaste.” No hay mejor predicación, que la del ejemplo y buen testimonio de cada creyente y de todos en conjunto demostrándonos el verdadero amor de Dios que por el Espíritu Santo derramó en nuestros corazones desde el día que aceptamos a Cristo como nuestro Salvador. (Rom.5-5)


Hasta el último versículo de esta hermosa carta, tiene preciosas enseñanzas para nosotros y no sólo para Gaio. Las maneras, las formas en las que se dirigía el apóstol Juan hacia su amigo y hermano en la fe. Empieza la carta con deseos espirituales y termina de la misma manera, diciendo “Paz sea contigo.”... No hay mejor deseo para un cristiano verdadero que la paz de Dios gobierne y sobrepuje todo entendimiento en tiempos de tanta aflicción y prueba. Y qué bendición tan grande que esa paz sea la que gobierne a cada congregación. Otra forma de testificar lo que ha hecho el Príncipe de Paz en nuestros corazones, al perdonar nuestros pecados y justificarnos por la obra maravillosa de Cristo en la cruz: “Justificados pues por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.” (Rom.5:1)


El otro aspecto para no dejar de mencionar en las palabras de despedida de esta carta, es el de saludarse entre los amigos cristianos. Saludarse particularmente y detenidamente, no por obligación, por formalismo, o de manera general. La exhortación a saludar a los amigos por nombre. “...Los amigos te saludan. Saluda tú a los amigos por nombre.” Así como para el Señor todos y cada uno de nosotros, estamos en Su corazón y pensamiento, porque Él murió por todos, pero murió por cada uno en particular, así también Él quiere que nos interesemos y nos amemos entre nosotros, ocupándonos con detenimiento por nuestros hermanos, saludándonos unos por otros, llamándonos, pero especialmente orando por nombre por cada uno. Esto también producirá efectos beneficiosos para el cuerpo de Cristo, y nos amaremos cada día más hasta el día de Su Venida.


Terminamos esta meditación con las palabras de 1a Corintios 12:25 a 27 deseando que así se cumplan hasta que estemos en la presencia del Esposo, en los cielos.


“Para que no haya desavenencia en el cuerpo, sino que los miembros todos se interesen los unos por los otros. Por manera que si un miembro padece, todos los miembros a una se duelen; y si un miembro es honrado, todos los miembros a una se gozan. Pues vosotros sois el cuerpo de Cristo, y miembros en parte.”


La Redacción

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