El día que Dios me detuvo (Testimonio de Ezequiel Collueque)
- Iglesia Cristiana Evangelica Tandil
- 28 sept
- 4 Min. de lectura

1 de mayo de 2025 - Un día que quedó marcado en mi vida.
Fue el día en que tuve un accidente en la panadería. Mientras trabajaba sobando la masa con la sobadora, en un descuido, mi mano se deslizó y quedó atrapada en la máquina. Tres dedos fueron aplastados. Logré apagar la máquina a tiempo, antes de que atrapara toda la mano. El dolor fue intenso, pero el susto fue aún mayor. Me llevaron rápidamente al hospital. Luego de realizarme una radiografía, el diagnóstico fue claro: el dedo índice estaba completamente fracturado y destrozado. Los otros dos dedos afectados, el pulgar y el mayor, habían sufrido aplastamientos, pero sin fractura.
Antes de seguir relatando todo lo que vino después, quiero contar por qué creo que me sucedió esto. Hoy lo entiendo con claridad.
Un corazón alejado
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Venía de una temporada de alejamiento de la Iglesia. Estuve estudiando en Viedma, Río Negro, y allí no tenía una congregación a la cual asistir. Me conectaba a reuniones virtuales, sí, pero no era lo mismo. Poco a poco, fui dejándolas también. Siempre encontraba una excusa: “que no tenía tiempo…”, “que estaba ocupado...”
En diciembre de 2024 me recibí y regresé a San Antonio. Durante el verano seguía con la misma actitud. Decía: "No puedo ir a la iglesia porque estoy trabajando". Así fue hasta que, finalmente, me quedé sin excusas. Volví a asistir a la iglesia. ¡Cuánto lo necesitaba! Me hizo tanto bien... Volver a congregarme me llenó de gozo. Ahora tenía tiempo: había terminado mis estudios y el trabajo de temporada.
Decidí quedarme en San Antonio, buscar trabajo allí y así no volver a apartarme.
Pero no encontraba nada. Me sentía perdido. Conversando con algunos colegas guardavidas, surgió una propuesta tentadora: ir a trabajar a Brasil. Mar, playas, aventuras... ¿cómo decir que no? Todo lo que me gustaba. Ya tenía contactos allá que me ayudarían con el alojamiento y con los trámites. Solo me faltaba reunir dinero para poder costear el viaje.
Y así fue como terminé trabajando en la panadería. El trabajo era ideal: me permitía asistir a todas las reuniones, tenía tiempo para entrenar y seguir preparándome para el viaje. Todo parecía estar en orden… hasta que ocurrió el accidente.
Al principio pensé: "Chau, Brasil. Chau, planes. ¿Qué voy a hacer ahora?" Estaba triste, frustrado. Pero las palabras de mi madre me calmaron: “Confiá en Dios. Tal vez eso no era lo que Él quería para vos.”
Y entonces comenzaron las preguntas: ¿Qué hago ahora? ¿Qué quiere Dios? ¿Mi dedo se va a salvar?
Ese mismo domingo asistí a la reunión de la iglesia. Fue allí donde el Señor me habló a través de un versículo que tocó profundamente mi corazón:
“Mas creced en la gracia y conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén.” 2 Pedro 3:18
Esa fue la respuesta a mis preguntas. Dios quería que yo creciera espiritualmente, que lo conociera más profundamente. Me dio paz y seguridad: “Pase lo que pase, es Su voluntad.”
Pruebas, fe y milagros
Luego comenzó otra prueba: la incertidumbre sobre el futuro de mi dedo.
Viajé a Viedma para ver a un médico especialista en manos. Me dijo que necesitaba una operación urgente, con un costo de 5 millones de pesos. No podía creerlo.
¿De dónde iba a sacar tanto dinero? ¿Mis padres iban a tener que sacar un préstamo?
Otra vez vinieron las preguntas y la angustia. Pero Dios, como siempre, nos muestra su amor de maneras inesperadas.
Los hermanos de la iglesia organizaron una colecta. No solo recibí dinero, sino también palabras de consuelo y apoyo que me conmovieron profundamente. En solo tres días se recaudó el total para la operación. Fue una bendición, no solo para mí, sino también para mi familia, mis amigos y vecinos. Todos fueron testigos del amor de Dios manifestado a través del amor fraternal.
Después de este milagro, ¿cómo no iba a creer y confiar en el Señor?
Esperar en Dios
Tras la cirugía, el médico quedó asombrado por el daño que había sufrido el dedo. Dudaba que pudiera salvarse. Me pidió esperar 48 horas para ver si había circulación sanguínea. Con el tiempo, apareció tejido necrótico en el torso del dedo. Luego de dos días más, el tejido muerto se había extendido ligeramente, pero se mantenía en la misma zona. El médico me sugirió volver al especialista en manos para que él decidiera si amputar o seguir esperando.
Ya en Viedma, el especialista revisó el dedo y me dijo:
“Aunque hay tejido muerto en el torso, la palma tiene buen color. Este dedo vive.”
Sentí una alegría profunda. Dios estaba obrando. Aunque permitió que tuviera el accidente, fue con un propósito: cumplir Su voluntad y ayudarme a crecer en la fe.
¿Y si no hubiera pasado?
A veces me pregunto: ¿Qué habría pasado si no sufría ese accidente? Seguramente me habría ido a vivir a Brasil, lejos de la iglesia, lejos de mi familia… lejos de Dios.Ya estando en Viedma —y eso que era una ciudad cercana— me había apartado. En San Antonio también encontraba excusas para no ir a la iglesia. ¿Qué haría en Brasil?
Dios me libró de eso al permitirme vivir este accidente.
Como dice la Palabra en:
“Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi potencia en la flaqueza se perfecciona. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis flaquezas, porque habite en mí la potencia de Cristo. Por lo cual me gozo en las flaquezas, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias por Cristo; porque cuando soy flaco, entonces soy poderoso.”— 2 Corintios 12:9-10
Y como dice el corito:
“Todo lo que pasa en mi vida aquí, Dios me lo prepara para bien de mí…”
Así es. Todo pasa por algo. Por eso, en lugar de quejarnos o enojarnos por las pruebas, aunque no las entendamos o nos frustren, debemos alegrarnos y confiar en el Señor.Lo que te pasa, lo que está pasando o lo que pasará… es parte del propósito divino.Por eso: dale gracias a Dios, y dale la gloria a Él.