“Mas yo, casi se deslizaron mis pies; por poco resbalaron mis pasos”
(Salmo 73:2)
Con la misma honestidad que caracteriza a todos los grandes siervos y siervas del Señor, exentos de cualquier deseo de preservar una imagen ante los hombres, Asaph nos enseña mucho con la crudeza de su confesión, arriba citada. Es tan impactante por su sinceridad que nos llama a la reflexión cada vez que la leemos, y en esta oportunidad nos proponemos volver a meditar en ella.
Podríamos decir que el salmista se encontraba en un “punto límite”, al borde del abismo, a pocos pasos de una separación de Dios. En muy breve resumen, podemos concluir que había llegado a esa situación como resultado de la conjunción de los siguientes elementos:
Tal vez, por la seducción del mundo. Al ver la felicidad y prosperidad temporal de los impíos, y no reflexionar sobre lo que advierte la Palabra de Dios sobre los tales, fue dejando que se sembrara en su corazón un sentimiento de envidia y de ambición, que fue creciendo sin duda a lo largo del tiempo. “Porque tuve envidia de los insensatos, viendo la prosperidad de los impíos” (ver.3) Esta es su segunda confesión, tan cruda como la primera. Pocos de nosotros seríamos capaces de decir algo así ante los hermanos.
Quizá, sentimiento de frustración. También por no recordar las promesas de la Palabra de Dios a los fieles, dejó que anidaran en su alma pensamientos de incredulidad que paulatinamente lo fueron “empujando” hacia el límite, hacia un alejamiento de Dios. La presión de Satanás y de las tribulaciones lo llevaron a una sensación de cansancio, hastío, que lo lleva a declarar: “Verdaderamente en vano he limpiado mi corazón, y lavado mis manos en inocencia” (ver. 13) Sus errores fueron no confiar en Dios y olvidar que las tribulaciones, por duras que sean, son provistas por el Señor para nuestra edificación y que, lejos de destruirnos, han de fortalecernos. Sin duda que a Asaph le faltó fe.
Posiblemente tuvo una visión terrenal. La prosperidad aparente y temporal de los pecadores, y las tribulaciones que nos asaltan en la vida, son nada si andamos en fe y con una visión espiritual. Pero cuando dejamos de velar y andamos en la carne, vemos las cosas humanamente, terrenalmente, cometiendo errores de apreciación. Eso es lo que le pasó a Asaph al considerar su situación. “Mas yo era ignorante y no entendía: era como una bestia acerca de ti” (ver. 22) Si estamos en comunión con Dios en oración, veremos las cosas espiritualmente, y entenderemos que las tribulaciones que nos toquen vivir son para nuestro bien, y que la prosperidad de los pecadores es pasajera y no tiene comparación con la gloria que gozaremos con el Señor.
Asaph estuvo en el punto de quiebre, en el punto límite, a pocos pasos de apartarse de Dios, pero he aquí la maravilla de la misericordia de Dios. Leemos: “Con todo, yo siempre estuve contigo: trabaste de mi mano derecha”(ver. 23) Es tan grande el amor de Dios que no dejó que se apartara y, aunque Asaph le negaba en el corazón, Él en su amor lo sostenía y se disponía a darle luz y a rescatarlo en el punto límite, cuando casi se deslizaron sus pies y resbalaron sus pasos.
En resumen, Dios nos muestra aquí que Él quiere evitar que nos apartemos, y ha de sostenernos con Su mano misericordiosa y hacernos ver la verdad en ese “punto límite”, si es que estamos dispuestos. No dejemos crecer en nuestro corazón pensamientos de incredulidad y de rencor hacia Dios, sino pidámosle entendimiento, comprensión espiritual para no distraernos ni dejarnos seducir por las cosas pasajeras. Tengamos presente la experiencia de Asaph quien, una vez que recapacitó, entendió que no había esperanza apartado de Dios: “Y en cuanto a mí, el acercarme a Dios es el bien...” (ver.28)
Hermanos de Uruguay
Publicado en 2006 edición 112
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