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  • Foto del escritorIglesia Cristiana Evangelica Tandil

“…escribía en tierra con el dedo”

Lectura: Juan 8: 1 a 11

“Empero Jesús, inclinado hacia abajo, escribía en tierra con el dedo.” Juan 8:6

Esta historia es muy conocida, aun entre las personas no religiosas. La frase de Jesús: “El que de vosotros esté sin pecado, arroje contra ella la piedra el primero.” (verso 7) es usada ocasionalmente en conversaciones cotidianas, sin entender mucho el verdadero sentido de la misma. Pero leyendo este relato con oración y el debido temor, podemos ver maravillosas enseñanzas. Especialmente si comparamos nuestra actitud, con la de los escribas y Fariseos que en ese momento trajeron a una mujer adúltera para acusarle.

Vemos a Jesús sentado, enseñándoles (verso 2). Esto nos habla de la paciencia del Maestro, que se sienta para hacernos entender, para que reflexionemos. Hoy también lo hace, sentándose con nosotros cada vez que abrimos las Escrituras, así como también, cada vez que participamos de La Cena del Señor. Quiere que entendamos esta preciosa lección.


En los versos 3 a 5 hallamos a los religiosos de esa época que pretendían aplicar la Ley, sin ninguna misericordia (Levítico 20:10). Habían encontrado a esa mujer en el mismo acto de adulterio y por eso la exponían sin piedad. El hecho era grave. Pero Jesús, buscando la reflexión profunda de los presentes (y ahora también, de nosotros, los lectores) no contestó nada en forma inmediata. Dice el verso 6 que “…Jesús, inclinado hacia abajo, escribía en tierra con el dedo.” ¡Qué gran misericordia la de Jesús! Así hace con nosotros. ¿Cuántas veces nos encuentra juzgando duramente el pecado de los demás? Hoy también podemos ver a Jesús que debe bajar la cabeza y callar, ante nuestras acusaciones y quejas contra los demás y sus pecados aparentemente “muy evidentes o groseros”, según nuestro punto de vista.


Una gran duda nos viene a la mente a esta altura del relato: ¿qué habrá escrito en la tierra? ¡Qué curiosidad nos genera! Hubiésemos deseado que quedaran registradas esas palabras. Muchas elucubraciones se han hecho y se pueden hacer. Muchos comentadores han expresado el posible contenido escrito con el dedo de Jesús. Pero Dios quiso que esas palabras santas quedaran en secreto, entre los presentes. Especialmente entre Él y la mujer pecadora.


Para nosotros, que somos prontos a juzgar las faltas ajenas, podemos inferir que Él quiere llevarnos a leer Su Palabra escrita. Nos manda a leer y meditar más en la Biblia. Porque al enfrentarnos a ella, veremos, como en un espejo, nuestro rostro natural (Santiago 1:23 a 25). Su Palabra reflejará nuestra condición y entonces, caeremos a los pies del Señor pidiendo piedad para nosotros. Por eso, debemos mirar más a Su Palabra y menos a los demás.


Sigue el relato en el verso 7. Esos hombres perseveraban en acusar. ¡Como nosotros! ¡Cuánto insistimos… y el Señor calla por amor! Hasta que Jesús, “…enderezóse, y díjoles: El que de vosotros esté sin pecado, arroje contra ella la piedra el primero.” En un primer momento, pareciera que no hubiesen dado efecto esas palabras, como lamentablemente pasa con nosotros muchas veces. Nos habla, pero no reaccionamos. Por eso el Maestro, “…volviéndose á inclinar hacia abajo…”, seguía escribiendo en tierra. Allí, tal vez, oraba por esos hombres que estaban endurecidos.


Sabemos que la Palabra de Dios no vuelve vacía (Isaías 55:11). Y por esa virtud, es que obra sanidad en los oyentes y lectores dóciles y aún en aquellos que, como estos hombres, somos insistentes y poco reflexivos. Dice el verso 9 que “Oyendo, pues, ellos, redargüidos de la conciencia, salíanse uno á uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros: y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio.” Sus conciencias fueron conmovidas. Fueron redargüidos. Es decir, convencidos con argumentos en su contra. El Diccionario de la RAE expresa que REDARGÜIR es “convertir el argumento contra quien lo hace”. ¡Y así debe pasar con nosotros! Ver que nuestro “dedo acusador” se vuelve hacia nosotros, haciéndonos descubrir nuestro propio pecado, nuestra propia condición de pecadores, para reconocer nuestras ofensas y finalmente confesarlas con arrepentimiento, poniendo fe en el Señor y Su Obra Salvadora.


Uno a uno se fueron saliendo. Regresaron convencidos de su grave error. Llama la atención la aclaración que hace Juan: “…desde los más viejos hasta los postreros”. Los ancianos, tal vez, sintieron la gran carga de todo el pecado cometido durante todos los años de sus vidas. Los más jóvenes, quizás, más intransigentes y endurecidos, tardaron unos instantes más en reaccionar y confesar contra ellos mismos sus rebeliones a Jehová (Salmo 32: 5). Todos pudieron reconocer que no estaban sin pecado, como para arrojarle piedras a esa mujer.


Allí quedó Jesús solo, con la pecadora. Hoy también estamos a solas con Jesús. ¿Qué palabras debe escribirnos el Señor con Su dedo? ¿Qué cosas quiere que entienda, en silencio, con oración y reflexión sincera? Si hoy Jesús tuviera que escribirte una palabra especial para ti… ¿qué te escribiría?

Frente al memorial de la Cena del Señor, Él desea hablarnos cada vez. Quiere hacernos entender eso que solo Él y yo sabemos, en secreto (1 Corintios 11:28). Sólo así habrá salud espiritual en mi vida y en la vida de la Iglesia de la que formo parte.

Y entonces…luego de haber leído lo que me escribió Su dedo, luego de haber entendido mi pecado y habiéndolo confesado, debo oír Su Voz de amor que me dice: “Ni yo te condeno: vete, y no peques más.” (verso 11) Amén.


La Redacción.


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