Basado en Cantares 2: 10-17
Pensaba en la primavera… ¡Qué hermosa y maravillosa es! Los árboles convierten su amarillo o marrón en verde. Su follaje apagado, en un color más atractivo, un color más vivo.
Pero ¿qué se hace para llegar a tener un mejor follaje y nuevos frutos? Por lo general, abonamos, fertilizamos y podamos. Pero todo esto debe hacerse antes, para notar luego el cambio. En el diccionario “podar” significa: “quitar o cortar las ramas superfluas de los árboles y plantas, para que crezcan y se desarrollen con más vigor.” …Y es cierto, así es. Podamos y, en cierta manera, tal vez creamos que, al cortar partes de la planta regularmente, la lastimamos. Pero no es así. Contrariamente, hacemos un bien necesario. De esta forma nos aseguramos re-encauzar su energía, liberarla de las hojas, flores y ramas dañadas o secas, para mejorar su desarrollo y aspecto.
Adaptando lo dicho anteriormente a nuestra vida espiritual, es necesario que el Señor nos pode también. Será muy útil que nos quite todo aquello “seco”, “dañado” o “roto” que tenemos, que no nos sirve, que no nos permite crecer vigorosamente, que no nos permite ser atractivos espiritualmente.
A veces, cuando podo mis plantas, me da miedo, porque pienso que exagero y que mi poda será contraproducente. Pero el Señor nunca se equivoca, Él permite que atravesemos tribulaciones, pruebas, (quizás muy dolorosas), pero Él sabe que esto no será perjudicial. Sabe que todas ellas provocarán que “nuestro fruto” mejore, que nuestro “verdor” sea más intenso. Como dice en Romanos 8: 28, (uno de mis versículos favoritos):
“Y sabemos que a los que a Dios aman, todas las cosas les ayudan a bien, es a saber, a los que conforme al propósito son llamados.” Y en 1º Corintios 10:13: “No os ha tomado tentación, sino humana: más fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis llevar, antes dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis aguantar.”
Como iglesia hemos atravesado situaciones difíciles este año; sufrimos la perdida de amados hermanos. Tal vez también, personalmente, atravesamos duras situaciones, que tampoco son ajenas al Señor. Fue una “poda intensa”, de seguro necesaria a nivel personal y eclesial. Humanamente quizá pueda pensar que fue exagerada, como cuando cada año podo mis plantas. Pero me equivoco, ya que el Señor sí sabe lo que hace; sabe que esto redundará en un fruto vigoroso y atractivo.
Entonces pensaba… ¿cuándo se poda? En otoño, en invierno.
El invierno, como dice en Cantares 2: 11, es húmedo, nos da sensación de frió, nos produce quietud, sedentarismo, pereza, lentitud… Bueno, la poda de este año como Iglesia tal vez ya pasó. Pasó el invierno, ahora debemos levantarnos y comenzar a actuar, dar mejores frutos y hojas reverdecidas. En Cantares 2: 10-11, dice: “Mi amado habló, y me dijo: Levántate, oh amiga mía, hermosa mía, y vente. Porque he aquí ha pasado el invierno, hase mudado, la lluvia se fue.” Toda esa lentitud y pereza ya quedó atrás. En el versículo 12 dice: “Hanse mostrado las flores en la tierra…”, es tiempo de que comencemos a dar fruto.
En el verso 13 dice: “La higuera ha echado sus higos, y las vides en cierne dieron olor: Levántate, oh amiga mía, hermosa mía, y vente.” Comparo este texto con Lucas 13; 6-10. Aquí declara que uno tenía una higuera y fue a buscar fruto por tercer año consecutivo y no lo halló. Entonces dijo al viñero: “…córtale, ¿por qué ocupará aún la tierra?” Y el viñero intercede por la higuera y le pide que la deje aún un año más, para que la excave, estercole, confiando que así podría dar fruto. Así es el Señor con Su misericordia; intercede por nosotros. Aún quiere que demos frutos, frutos que huelan bien, como las vides en cierne. ¡Qué amor que nos tiene el Señor!
Él anhela que atravesemos el umbral del invierno. Nos puso aquí en esta iglesia para ello, como dice en S. Juan 15:16: “…Yo os elegí a vosotros; y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca.”
Hermanos, en primer lugar, me pongo yo, ocupémonos en crecer en Sus caminos y mostrar al mundo esa luz que el Señor quiere que seamos. Despojémonos de todo aquello que nos detiene crecer, somos como pimpollos a punto de transformarnos en flor y brindar esa apetecible fragancia, para Su gloria. Colosenses 1:10 “Para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, fructificando en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios.” Hebreos 12:1 “Por tanto nosotros también, teniendo en derredor nuestro una tan grande nube de testigos, dejando todo el peso del pecado que nos rodea, corramos con paciencia la carrera, que nos es propuesta.”
Las más ricas bendiciones.
Esther Paz
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