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Foto del escritorIglesia Cristiana Evangelica Tandil

Para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla…




“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús:

El cual, siendo en forma de Dios, no tuvo por usurpación ser igual á Dios:

Sin embargo, se anonadó á sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante á los hombres;

Y hallado en la condición como hombre, se humilló á sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.

Por lo cual Dios también le ensalzó á lo sumo, y dióle un nombre que es sobre todo nombre;

Filipenses 2.5 a 11


Llega diciembre y los hijos de Dios comenzamos a preparar las distintas celebraciones para recordar la Navidad, el Nacimiento de nuestro Salvador. Leemos los pasajes clásicos de estas fechas: Lucas 1: 26 a 56; Lucas 2: 1 a 29; Mateo 1: 18 a 25; Mateo 2: 1 a 12; Isaías 7:14 y 15: Isaías 9: 1 a 7; etc. Allí encontramos muchas maneras de llamarlo a ese Niño que nació por nosotros. Más de quince Nombres diferentes encontramos mencionados solamente en estos pasajes.


Un nombre da identidad, representa a la persona. Cuando uno dice o recuerda el nombre de alguien, en seguida viene a nuestra mente la representación de quien ha mencionado, con sus características y personalidad. Ahora tenemos frente a nosotros un pasaje bíblico que nos hace meditar en “el Nombre”, Aquel que es “sobre todo nombre.” Un Nombre que sobresale por encima de todos los demás posibles de mencionar. En la Biblia aparecen más de cincuenta Nombres aludiendo al Hijo de Dios. En los pasajes enumerados arriba leemos: Admirable; Consejero; Dios fuerte; Padre eterno; Príncipe de paz; Emmanuel; Jesús; Rey de los Judíos; Cristo; Hijo del Altísimo; Santo; Hijo de Dios; Señor; Salvador; Poderoso. Si los releemos detenidamente y comenzamos a meditar, aunque fuera en parte, el significado de cada uno de ellos, podremos sacar grandes y preciosas enseñanzas para las vidas de todos nosotros, si es que acaso lo hacemos con reverencia y el firme deseo de ser alcanzados por todas Sus virtudes.


Como dijimos, Filipenses 2 expresa que ese Nombre es sobre todo nombre. ¿Es así para cada uno de nosotros? ¿No hay en nuestras vidas otro nombre más amado, respetado, mencionado; que el Nombre del Señor? Debiéramos meditar en ello con sinceridad y temor de Dios.

Además, vemos que ese Nombre se lo dio Dios el Padre, con el objetivo de que “…en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y de los que en la tierra, y de los que debajo de la tierra; Y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, á la gloria de Dios Padre.”


Así es: leemos en varios pasajes de las Escrituras que, en los cielos, los ángeles se postran ante Él, sirviéndole; entregándoles sus coronas; alabándole constantemente día y noche. (Apocalipsis 7:11) También podemos ver que los demonios, los que habitan debajo de la tierra, en el infierno, ellos debieron postrarse ante el Señor y Su Majestad (Marcos 3:11) y fueron sacados a la vergüenza en público (Colosenses 2:15). Pero el texto dice que los que están en la tierra, entre los que nos encontramos incluidos nosotros, debiéramos caer de rodillas ante el Salvador que se humilló para salvarnos. ¡Cómo nos cuesta a los hombres doblegarnos, deponer nuestra postura erguida! El orgullo de nuestro corazón nos hace mantenernos de pie, en actitud soberbia. Nos creemos buenos, que estamos bien ante el Señor; que no necesitamos de nada o que solos podremos. El mensaje de la Navidad debe hacernos caer de rodillas ante el Señor. Al ver Su Amor, que movió al Hijo de Dios a anonadarse, a reducirse a la nada, a humillarse naciendo en un pesebre maloliente, a vivir en este mundo pecador por amor de nosotros…no podemos quedarnos inertes e insensibles. Debemos caer de rodillas arrepentidos, confesando los pecados y reconociendo “…que Jesucristo es el Señor, á la gloria de Dios Padre.” Dice la Biblia que en nosotros debe haber ese mismo sentir que hubo también en Cristo Jesús. Humillarnos, postrarnos…no en una actitud externa solamente, sino como consecuencia de habernos reconocido pecadores y por ende, perdidos. El Eterno, el Todopoderoso, el Glorioso Hijo de Dios, se anonadó, se hizo nada, para tomar forma de siervo, tomar nuestro lugar. Y estando en esa condición, se siguió humillando, hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz. ¡Cuánto amor! ¿Cómo podremos permanecer, sin caer rendidos a Sus pies? “¿No os conmueve á cuantos pasáis por el camino? Mirad, y ved si hay dolor como mi dolor que me ha venido…” (Lamentaciones 1:12)


Amado lector, si aún no te has doblegado ante el Verdadero Amor, hazlo en esta Navidad. “Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” (Romanos 10:13) La incredulidad te hace perder bendiciones, perder la paz que Él ofrece darte y, finalmente, perder el alma en la condenación. Pero, como lo hizo con Tomás el incrédulo, Jesús hoy se te presenta y te dice: “…Mete tu dedo aquí, y ve mis manos: y alarga acá tu mano, y métela en mi costado: y no seas incrédulo, sino fiel.” (Juan 20:27) Que puedas reconocerle como tu Salvador y, rendido ante Él le digas: “…¡Señor mío, y Dios mío!” (v. 28)


A los que ya somos Sus hijos, por haber pasado por la experiencia de Salvación, ahora debemos renovar cada día esas palabras, siempre en esa actitud de “doblar las rodillas” ante el Hijo. Doblar las rodillas para reconocerle como Señor; doblar las rodillas para adorar; doblar las rodillas para orar.


“Porque ya sabéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor de vosotros se hizo pobre, siendo rico; para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos.”

2 Corintios 8:9


La Redacción




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