“Y ACUÉRDATE de tu Criador en los días de tu juventud, antes que vengan los malos días, y lleguen los años, de los cuales digas, No tengo en ellos contentamiento.” Ecclesiastés 12:1
En la etapa de la juventud solemos tener un sentimiento de “eternidad”, aun sin darnos cuenta. Creemos que “todo lo podemos” y que debemos disfrutar del momento y del día presente, sin pensar demasiado en el futuro ni reflexionar con seriedad en cuestiones que tengan que ver con el paso de los años. Pero este es un tema que, por más que desee evitarse, no se puede olvidar como una realidad que nos afecta a todos.
El Señor ofrece un modo diferente de vivir la vida. Nos pide que nos acordemos de Él cuando las fuerzas son mayores, y los problemas parecen más lejanos. Nos invita a consagrarnos desde temprana edad, y nos aclara que “…Bueno es al hombre, si llevare el yugo desde su mocedad.” (Lam. 3:27)
Cuentan que una instructora de Escuelita Bíblica, había enseñado a los adolescentes y jóvenes de su clase que debían entregar sus vidas jóvenes al Señor. Había hablado sobre la importancia de “dar lo mejor al Maestro”, como expresa el precioso Himno que cantamos en nuestras congregaciones.
Al finalizar la clase notó que una de las jovencitas presentes había quedado pensativa y, comentando por lo bajo, le decía molesta a sus compañeras de clase que ella no estaba de acuerdo con lo que la instructora había dicho. Que ella se entregaría al Señor cuando hubiera vivido todo lo que viniera como deseo a su corazón y que tenía pensado “disfrutar de la vida que tenía por delante”.
Al poco tiempo, en su fiesta de quince años, la instructora asistió, respondiendo a la invitación de la joven. Como regalo le envió una caja que no dejaba ver lo que contenía, pero que prometía ser un hermoso presente, envuelto y adornado con un importante moño. Grande fue la sorpresa de la joven cuando al abrirlo, encontró un ramo de rosas muertas, totalmente secas y deshojadas. “¿Por qué habría enviado este ramo tan desagradable?”, pensó la agasajada. Con esa inquietud continuó la fiesta e intentó olvidar lo ocurrido.
Al siguiente domingo la instructora llamó aparte a la joven y le consultó: “¿Te ha gustado el regalo que te envié?”. La joven la miró sorprendida, pensando que tal vez estaba siendo irónica, pero aun sin comprender lo que le quería decir.
Rápidamente la sabia hermana le dijo: “Así como te ha dado tristeza recibir ese ramo de rosas muertas, así se siente el Señor cuando ve que tienes pensado entregarle tu vida marchita como regalo”.
Aquel que tanto nos amó… ¿no merece que le entreguemos “el ardor de nuestra vida”, la hermosura de la santidad y el rocío de nuestra juventud? (Salmo 110:3)
No le ofrezcamos rosas muertas… no le demos la vida inutilizada y estropeada por el engaño del Diablo y el paso de los malos días.
La Redacción
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