“…Vosotros sabéis cómo, desde el primer día que entré en Asia, he estado con vosotros por todo el tiempo, Sirviendo al Señor con toda humildad, y con muchas lágrimas, y tentaciones que me han venido… Cómo nada que fuese útil he rehuído de anunciaros y enseñaros, públicamente y por las casas, Testificando á los Judíos y á los Gentiles arrepentimiento para con Dios, y la fe en nuestro Señor Jesucristo.” (Hechos 20:18 a 21)
“Mas de ninguna cosa hago caso, ni estimo mi vida preciosa para mí mismo; solamente que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios. Y ahora, he aquí, yo sé que ninguno de todos vosotros, por quien he pasado predicando el reino de Dios, verá más mi rostro. Por tanto, yo os protesto el día de hoy, que yo soy limpio de la sangre de todos: Porque no he rehuído de anunciaros todo el consejo de Dios.” (Hch 20:24 a 27)
Alfredo De Nardo nació en la ciudad de La Plata, Provincia de Buenos Aires, el día 16 de octubre de 1943, con muchas dificultades de salud, lo que le llevó a permanecer durante sus primeros siete días de vida con hemiplejia, de la que luego quedara sin mayores secuelas. Una de ellas fue el asma, que lo acompañó toda su vida. Durante su ministerio pastoral, siempre recordaba este hecho para alabar la misericordia de Dios que le había dado vida y salud para servirle.
Fue el primero de tres hermanos. Su madre, Dora Lucero, era una fiel creyente bautista, quien en la etapa de su juventud se casó con Alfredo Vicente De Nardo, un excelente hombre, pero incrédulo y que, sin darse cuenta tal vez, hablaba sin temor de Dios hasta incluso blasfemarle. Alfredo destacaba este aspecto resaltando que “…Ninguna cosa es imposible para Dios” (Lucas 1.37) y alentaba a las hermanas que tenían esposos no creyentes, contándoles que su padre había aceptado al Señor a los 70 años, en el final de su vida.
En la etapa de la adolescencia se apartó del Camino del Señor, aunque había sido criado en la Iglesia Bautista, habiendo asistido a la Escuela Dominical desde niño. Siempre contaba que, en ese lapso en el que se alejó, a pesar de ser bastante travieso y propenso a andar en la calle, Dios lo preservó de caer en pecados groseros o de arruinar su vida con vicios. Una prueba muy dura debió pasar cuando tenía doce años, al haber sido atacado con una bomba de ácido muriático, lo que lo llevó a estar cerca de la muerte. Pero nuevamente, de ese trance, lo volvió a rescatar el Señor, ya que tenía una preciosa y bendecida vida pensada para él.
En el tiempo de estudiar en la Escuela Nacional de Educación Técnica N° 1 de la ciudad de La Plata, el Señor mostró una vez más Su Misericordia cuando le permitió compartir esos años con un joven que resultó llegar a ser su amigo íntimo desde ese momento y el instrumento que Dios usaría para que Alfredo regresara al Evangelio: Hugo Ripari, (uno de los actuales Pastores de la Iglesia en La Granja). Siempre contaba que, luego de las muchas veces que Hugo lo invitara a las reuniones del grupo identificado con el Movimiento A.L.E.R.T.A en Calle 61, en una ocasión en la que debieron atravesar por un examen difícil para recibirse como Maestros Mayores de Obra, Alfredo le prometió a Hugo que, si rendía con éxito esa instancia, se volvería al Señor. Así fue que, superado el examen, debió cumplir con su promesa. A partir de allí no se soltó más de la Mano Divina. Su vuelta había sido preparada poco a poco por el Dios de Misericordia. Una anécdota referida a esto era muy repetida por Alfredo en sus predicaciones: Amaba el himno 416 “Me hirió el pecado, fui a Jesús…” ya que había sido la melodía que se le volvía a la mente una y otra vez mientras estaba lejos del Señor. El estribillo “En la Cruz, en la Cruz, do primero vi la luz y las manchas de mi alma yo lavé. Fue allí, por la fe, do vi a Jesús, y siempre feliz con Él seré...” lo cantaba con mucho entusiasmo y siempre que podía, lo solicitaba en los cultos de su Congregación.
Su conversión fue en esa semana en la que decidió volver: El 12 de mayo de 1962, día en el que se inauguraba el Templo de calle 61, ya con 19 años, escuchando al Misionero Armando Di Pardo que predicaba. Conmovido por la Palabra, pasó al frente y se acercó a la plataforma donde el hermano estaba predicando, para entregarse a Cristo, aun cuando no había sido solicitada una manifestación de fe.
En el año 1964 se bautizó y comenzó inmediatamente con los cursos de la Escuela Bíblica de Teología A.L.E.R.T.A. lo que marcó un hito importante en su vida, según él siempre dijera, pues sentía la gran responsabilidad de esa nueva etapa y eso lo ayudaba a no pecar y a desear servirle más fielmente.
Pasó su juventud, rodeado de amigos cristianos, siendo muy activo en los Campamentos Juveniles y en toda tarea que la Iglesia realizaba. Se crio recibiendo las enseñanzas de los tres Pastores que providencialmente tenía la Iglesia a la que él pertenecía: El Pastor Arturo Poletti, el Pastor Juan Pedro Marino y el Pastor Antonio Marino. Fue siempre muy respetuoso de sus mayores y de lo que ellos le enseñaban, lo cual se ocupó de transmitir a las generaciones posteriores.
El Salmo 37:5 “Encomienda á Jehová tu camino, y espera en él; y él hará.” fue su consuelo en esos años, y lo ayudó a esperar de Dios la compañera idónea que él anhelaba. Así fue que recibió la respuesta divina uniéndose en feliz noviazgo y maravilloso matrimonio con la que fuera su compañera de la vida durante más de 50 años: Edith Irma Marino. Por separado sintieron el llamado de Dios para servirle donde Él les indicara y juntos sirvieron al Señor como novios en la Iglesia en La Plata, en respuesta a un mensaje dado por el hermano José María Di Pardo en un Retiro Espiritual en la Quinta del Pastor Marino, en City Bell. Así fue que, en el año 1973, se casaron y se trasladaron hacia Tandil, una ciudad mucho más chica que su La Plata natal, pero que estaba a 60 kilómetros de una Obra Evangélica en la localidad de Alfredo Fortabat, Villa Cacique. Allí viajaron todos los fines de semana, para ocuparse de la tarea espiritual, quedándose en casa de los hermanos del lugar, para regresar el domingo a la noche a Tandil para trabajar en su profesión de Arquitecto y Edith, de Maestra de Música en Jardines de Infantes.
Durante varios años siguieron viajando hasta que en 1980 se constituyó la Iglesia en Fortabat, La Calera, reconociéndose en él los dones de Pastor. Al poco tiempo, en Septiembre del año 1981, junto al hermano Wilfredo Ciliberti y su esposa Dolly, escucharon la voz del Señor que los guiaba a iniciar reuniones en Tandil. Desde entonces se comenzó un anexo en la casa del Pastor, lo que le fue demandando permanecer más tiempo en esa ciudad. Luego de más de diez años de funcionar como anexo de Fortabat, el grupo en Tandil fue constituido Iglesia en el año 1991, de la que él fue Pastor hasta el día de su partida a la Patria Celestial. Fue necesario entonces nombrar un Pastor allí en La Calera, designándose al hermano Heraldo Silva para ello.
Alfredo tenía el don de enseñanza, entre otros dones. Gustaba de predicar sobre palabras bíblicas, desarrollando series de meditaciones sobre términos tales como: confianza; esperanza; caridad… Se destacaba por su amor por la Venida del Señor y su insistencia en que todos estuviésemos atentos a las señales que indicaban su cumplimiento inminente e inmediato. Siempre decía: “el Señor está cercano, a las puertas” y nos exhortaba a mirar especialmente los sucesos en el pueblo de Israel y sus alrededores, como uno de los indicios de Su pronta Venida a buscar a los Suyos.
Una palabra repetía siempre y marcó su vida de servicio al Señor y su vida cotidiana como arquitecto; como Profesor en la Escuela de Educación Técnica; como servidor público en la Municipalidad de Tandil; como empleado de la Universidad Nacional del Centro de la Pcia. De Buenos Aires; como vecino del complejo de Monoblocks del Barrio Belgrano y luego, del Calvario; como esposo, hermano, padre, abuelo y amigo: IRREPRENSIBLE. “Para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin culpa en medio de la nación maligna y perversa, entre los cuales resplandecéis como luminares en el mundo.” (Filipenses 2:15) Siempre enseñaba a sus cuatro hijos y a los hermanos de la Iglesia: “¡Que nadie te tenga que decir nada!” y los exhortaba a procurar “…las cosas honestas, no sólo delante del Señor, mas aun delante de los hombres.” (2 Corintios 8:21)
Sirvió al Señor como Pastor desde el año 1980 en La Calera y hasta el último momento de su vida. Desde el año 2018 tuvo la bendición de haberlo hecho en compañía de su hijo Juan Pablo, con quien tenía una preciosa relación de respeto y amor, sin que fueran necesarias largas charlas, ya que se entendían con pocas palabras. Dios permitió que vivieran en casas vecinas, lo cual hacía que esa relación se estrechara más y fuera común realizar encuentros como consiervos todos los días.
Trabajó en la Obra del Señor en varias localidades: de joven fue de ayuda a los Pastores que viajaban a la ciudad de Las Flores, anexo de la Iglesia en La Plata hasta su constitución. Ministró como Pastor en el anexo en Mar del Plata desde los orígenes en el año 1983. También colaboró en el anexo en Villa Aguirre llevando niños a la Escuelita en el inicio y luego participando de las reuniones de oración de los días miércoles, a las que gustaba concurrir junto con su esposa y deleitarse con las oraciones de los hermanos de allí, a quienes buscaba con su vehículo casa por casa y luego llevaba de regreso. Cosa que hacía con gran esfuerzo y de manera espiritual, aprovechando esos viajes para aconsejar y edificar con sus charlas a los hermanos de esa zona de la ciudad de Tandil.
Una mención especial merece su labor en la ciudad de San Antonio Oeste, Provincia de Río Negro. Desde el año 2002, a partir de que un matrimonio miembro de su congregación se mudara junto con sus tres pequeños hijos, Alfredo y Edith asistieron espiritualmente a la familia. El Señor fue prosperando esa avanzada espiritual y se fue formando un anexo que actualmente tiene su propio local en el terreno de la familia Goupillaut que lo albergó tres o cuatro veces cada año desde entonces, a pesar de estar a casi 900 kilómetros de Tandil. Usó su profesión al servicio del Señor, diseñando y dirigiendo la construcción de varios templos y locales de cultos. Aún puso sus fuerzas para levantar paredes y edificar junto a otros hermanos, a fin de contar con un espacio cómodo en el Anexo en Villa Aguirre, en el Salón de la Iglesia y aún en otras localidades.
Fue Pastor Responsable en el Boletín Juvenil, revista que se edita desde hace treinta años en la Iglesia. Minuciosamente revisaba cada publicación y velaba por la integridad de la doctrina y los conceptos expresados en cada escrito.
La Iglesia en Tandil recordará con agradecimiento al Señor por el siervo que Él utilizó para pastorear a Su pueblo. Por su instrumentalidad muchos creyeron, otros se bautizaron, otros entendieron que debían servir a Dios y prepararse para ello. Muchos fueron edificados con sus consejos, algo característico de su ministerio. Siempre decía: “Descansá en el Señor” y “Que abundéis más”. Se ocupaba especialmente de cada una de sus ovejas y trataba de cumplir el texto que tenía en un cuadrito en su habitación: “Considera atentamente el aspecto de tus ovejas; pon tu corazón á tus rebaños” Pro 27:23 Visitaba, asistía y se ocupaba de que nada les falte a los fieles, aun a las almas que recién iniciaban el Camino del Señor. Incluso los niños recibían su atención y un saludo chistoso y lleno de amor. Se destacaba su santa costumbre de llamar por teléfono a sus consiervos, con quienes tenía largas charlas. Tenía grandes amigos dentro de la Comunión Adelphia, a quienes escuchaba y a la vez aconsejaba con amor fraterno. Era un férreo defensor del Testimonio Filadelfia, por haber recibido el legado de los hermanos de la primera hora. Siempre conmemoraba los aniversarios de los grandes hitos de ese movimiento, y repetía la historia para que las generaciones venideras la amaran también.
En un testimonio que dejara escrito para el Boletín Juvenil, finalizó con las siguientes palabras: “Está en mi corazón seguir sirviendo al Señor fielmente y con toda humildad en lo que Dios determine y hasta que Él venga o me llame a Su presencia; mientras, como decía el Apóstol Pablo: “…He trabajado más que todos ellos: pero no yo, sino la gracia de Dios que fue conmigo.” (1 Cor. 15:10) Así fue, partió a la presencia del Señor trabajando hasta el último momento. Adaptándose a los nuevos contextos de cultos virtuales por la pandemia en el año 2020 y parte del 2021. Luego de contraer COVID, el Señor permitió que debiera ser internado y pasara siete días en terapia intensiva hasta el día en que se lo llevó, 17 de marzo de 2021. Allí ingresó orando, según testificaron médicos y enfermeros que lo atendieron. Dios fue preparando cada detalle de su estadía allí: la breve asistencia de la hermana Brenda Rossi, enfermera del lugar; la oración de los hermanos Olivares que cada día se autoconvocaban a la entrada del Sanatorio para orar por él; la Iglesia que intercedía; las Iglesias que acompañaban a la distancia; los himnos que los hermanos Vulcano le hacían escuchar mientras estaba internado, aprovechando la cercanía de su vivienda con el nosocomio y la infinidad de versículos y palabras de consuelo que fueron llegando a la familia más cercana para prepararse para la despedida. Todo fue obra del Señor, por lo cual alabamos y damos gracias con fervor.
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