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Foto del escritorIglesia Cristiana Evangelica Tandil

Testimonio de Lidia Robert de Erham


Lidia Robert de Erham

*Desgrabación de la Reunión Femenil de la Iglesia Cristiana Evangélica en Buenos Aires, del día 1 de agosto.

En todas las cosas de la vida de un hijo de Dios, el Señor tiene que ser glorificado, alabado y engrandecido Su Nombre. No tengo otra cosa que hacer... quiero alabar al Señor por Su misericordia para conmigo.


Hoy puedo contar esta experiencia desde un punto, pero al comienzo, yo estaba en otra situación... era jovencita, ahora soy una señora grande, con hijos, soy abuela, habiendo ya pasado muchas experiencias durante la vida que el Señor me permitió para enseñarme y sobre todo, para ver Su amor y Su fidelidad para con cada uno de Sus hijos. Así que les voy a contar cuál es mi historia, la historia que ahora les voy a compartir.


Yo, de muy jovencita, a los 18 años, me puse de novia con el que ahora es mi esposo. Un hermano de la iglesia, Gustavo. Ambos tuvimos la confirmación del Señor que esa era Su voluntad, que seamos compañeros uno con el otro como Él lo había elegido. Así que más o menos luego de seis años de novios, en los cuales también tuvimos pruebas, en las que el Señor nos comenzó a trabajar, nos casamos. Y bueno... como todo matrimonio joven, estábamos llenos de proyectos y de cosas. Por eso nos organizamos “nuestras cosas”, “nuestra vida nueva”, “nuestro nuevo hogar” y “nuestra nueva familia”. Porque cuando uno se casa, por más que trae cosas de la casa de sus papás, cada uno empieza a construir su nueva familia. Así que nos organizamos en los trabajos... Cómo iban a ser nuestros ahorros; pensamos en poder viajar (porque como veníamos de dos hogares que nunca fueron de una economía generosa, no habíamos viajado ni conocido cosas) entonces también pensábamos en eso, en poder viajar y conocer. También planeamos cómo íbamos a visitar a nuestros padres, los días que los íbamos a ir a ver... Bueno... un montón de cosas porque recién nos casábamos y teníamos un montón de cosas por delante. ¡Sí! todo organizado y entre todas las cosas que también organizamos, era el tiempo en que íbamos a tener nuestros hijos y cuántos hijos queríamos tener: queríamos tener 7 hijos. Porque yo soñaba con tener una mesa muy grande llena de hijos (como nosotros éramos dos no más, mi hermano Pablito y yo, cuando veía familias numerosas, decía: “¡Ay, Señor! ¡Cómo me gustaría tener una familia así!”) Pero, claro, nosotros pensamos y diseñamos todas las cosas y pusimos nuestras condiciones. Estábamos agradecidos al Señor que éramos dos hijos de Dios, que teníamos ese hogar, pero nosotros lo íbamos organizando. Y entre todas las cosas, hubo cosas que salieron bien, (cómo fue el trabajo, ya que tuvimos mucho trabajo), pudimos conocer, (porque también, como nos cuidábamos para no tener hijos, íbamos dos veces por año de vacaciones) Así que, estuvimos juntos, nos fuimos adaptando el uno al otro... todas cosas que uno piensa: “no son malas”, porque realmente eran cosas sanas las que uno quería, pero como todo hijo de Dios y como fuimos enseñados y yo fui enseñada también, uno tiene que poner todos sus caminos, sus planes y sus deseos al Señor para que Él sea el que los guíe, para tener lo mejor, porque Él ve el futuro y nosotros no lo vemos. Nosotros vemos acá, pero no vemos a los costados, no vemos lo que pasa por allá. El Señor ya tiene el futuro nuestro y el panorama completo, pero a uno le gusta elegir lo que uno quiere, le gusta organizarse…

Bueno... así fue que pasaron algunos años y ya decidimos que íbamos a tener un bebé. Así que empezamos a buscar pensando que era así de fácil. Pasó un mes, dos meses, tres meses... así fue pasando un año... más tiempo y no pasaba nada... no pasaba nada. Además era una época en que también, en la iglesia, había otros matrimonios que también se habían casado y que las hermanas quedaban embarazadas, que nacían los bebés y bueno, por más que uno oraba al Señor, nuestro hijo no venía. Y yo miraba alrededor, celebraba con los hermanos los nacimientos, las noticias de los embarazos, pero…


Entonces yo comencé a leer todas las historias de las mujeres estériles de la Biblia. Leía la historia de Anna; de Rebeca; de Sara; de la mamá de Sansón; todas mujeres que tampoco podían tener hijos, que eran estériles y yo creía que era estéril también… ¡Claro! Era estéril en un sentido espiritual, porque gracias a Dios en lo físico, después de habernos hecho muchísimos estudios tanto Gustavo como yo, todo estaba bien, no encontraban una afección física. Entonces seguíamos esperando… ¡y era una angustia que uno tenía…! Por más que yo nunca pensé que el Señor no me iba a dar un hijo, yo estaba segura de que el Señor me iba a dar un hijo porque veía estos casos en la palabra de Dios. Y decía: “Bueno, ¿quién sabe cuánto será lo que tarde conmigo? Tal vez 5 años, o 10 años... pero Él me va a dar un hijo.” Porque era el deseo de mi corazón y porque, aun con los muchos pecados que uno tenía, yo realmente amaba de todo corazón al Señor y Él veía cuál era mi deseo y mi necesidad. Pero bueno... pasaba el tiempo y no era fácil. Si hay alguna hermana que pasó por esta experiencia, sabrá cómo son las cosas. La gente me decía: “¿cuánto hace que te casaste?” y “¿para cuándo los hijos?” y “¿qué pasa que no encargan?” “¡Se les pasa el tiempo!” “Qué, ¿hay algún problema?”... ¡Ni hablar de los abuelos!: “¿Cuándo me vas hacer abuela?” o “¿Cuándo voy a ser tío?” Hay un montón de componentes alrededor nuestro que también ayudan a nuestra ansiedad y a nuestra angustia. Pero en toda la angustia está la Palabra de Dios… En toda la prueba está el Señor.


Yo tomé esto, después que tuve la victoria, como un castigo del Señor por haberle puesto tiempos a Él y no haber descansado en Sus tiempos. Esta experiencia es mía, es personal y no quiere decir que sea la misma experiencia de otra hermana que esté pasando por esta situación. Si observamos las historias de estas mujeres de La Biblia que yo leía, podemos ver que no tenían todas las mismas situaciones, pero en cada una Dios permitió una experiencia distinta. Yo soy consciente y estaba segura delante del Señor que esto era cosa del Señor, por no haberme encomendado en Sus manos y ponerle mis tiempos. Por haberle dicho: “Bueno, ahora yo quiero esto…” y “...Ahora quiero que me des mi hijo…”


Y así siguió pasando el tiempo… Pero, ¿saben una cosa? Yo siempre que estoy desesperada o tengo una prueba, busco La Biblia, busco la Palabra de Dios, porque sé que ahí está la respuesta para todo; sé que ahí están todos los casos contemplados; sea lo que fuere que me pase, hay un lugar donde yo voy a encontrar mi experiencia escrita discernida, y es en la Palabra de Dios, porque cuando Dios nos dejó Su Palabra, ahí estaban todas las cosas que nosotros íbamos a necesitar. Acá nos dejó cubiertos, entre otras cosas, por Su Palabra. Y entonces yo leía, invocaba al Señor, pedía y buscaba realmente que Él me libre de la angustia, que me diera esa alegría de otras mujeres de ser madre, del deseo de mi corazón. Pero toda la experiencia fue difícil, porque una cosa es cuando uno llega del otro lado y tiene la victoria... y otra cosa es cuando día a día uno se levanta y se acuesta en la prueba. Pero el Señor siempre fue fiel... siempre. Porque Él es bueno y es misericordioso y tuvo misericordia de mí en todo lo que yo hice mal; tuvo misericordia de mí porque es un Dios de infinita bondad y misericordia.

Y bueno... al final, pasaron unos años y quedé embarazada. ¡Yo no les puedo describir la alegría! creo que si hay algo que no me cabía dentro, era la alegría. Encima Gustavo me cargaba porque me decía: “¡Te dejé en la parada del colectivo después que tuviste el resultado del análisis y te parabas como si tuvieras una panza de 9 meses!”


Pero esa alegría tan grande me duró poco tiempo, porque ya casi a los 3 meses de embarazo, perdí el bebé. Y así como la alegría no me entraba en el corazón cuando tuve la noticia de que lo tenía dentro, nunca sentí un dolor tan grande y desgarrador como el día que lo perdí... Y, ¿Quién estaba ahí al lado mío? El Señor... el Señor seguía sin moverse de mi lado. Y también estaba al lado mío el compañero que Él me dio, con el que podía estar de rodillas orando juntos; con el que podía estar llorando y consolándonos en el Señor. Él me decía el texto de Job 1:21 “...Jehová dio, y Jehová quitó: sea el nombre de Jehová bendito.” Me decía: “tenemos que aprender esto, Lidia.” Pero algunos me decían: “¡Pero qué injusticia lo que te pasó a vos!” “Después de tanto tiempo de que Dios hizo ese milagro de que quedes embarazada, ¿y ahora te lo sacó?”

Me acuerdo que en ese tiempo también el pastor Jorge Pallares que estaba pasando por una prueba muy difícil, nos dio los versículos de Habacuc 3:17 a 19 para que les pusiéramos música. Y justo nosotros veníamos de esta prueba. “Aunque la higuera no florecerá, ni en las vides habrá frutos; mentirá la obra de la oliva, y los labrados no darán mantenimiento... Con todo, yo me alegraré en Jehová…” Y bueno, yo quería en medio del dolor y de todo el desgarro, procurar ese “con todo”. Yo iba a trabajar o venía del trabajo y en la vereda o en el subte, si veía una chica embarazada, llegaba a mi casa y me tiraba en la cama a llorar porque estaba angustiada, porque estaba preocupada. Pero siempre estaba la consolación del Señor.


Y un día, cuando menos me lo esperaba, otra vez quedé embarazada. Gracias a Dios ese embarazo, con mucho cuidado, llegó a su término. Y el día que mi hija nació, Nube, yo les digo que, cuando vi su carita, fue como si el Señor agarrara la hoja de sufrimiento y la diera vuelta, para dejar todo atrás. Al ver esa carita y esos ojos, se fue todo el dolor y se fueron también las angustias que yo había tenido.

Gracias a Dios después el Señor también, no me dio siete hijos, porque no lo quiso así, ya que Él lo administró y de muy joven, a los 40 años, quedé con menopausia y no pude tener más hijos. Pero Él había dispuesto darnos tres hijos preciosos que, gracias al Señor, están en Sus caminos, le aman y le sirven y hoy son mi apoyo también en lo espiritual, porque puedo compartir con ellos. Y eso es lo más precioso para mí.

Esta es mi experiencia. Siempre les digo a los jóvenes que pongan todo en las manos del Señor para que Él les organice la vida. Que encomienden todas sus cosas al Señor porque Él sabe lo que es mejor. A mí también me lo dijeron cuando era joven, me lo dijeron mis papás, lo escuché en la Iglesia, pero nuestra carne es débil y flaca y nosotros muchas veces nos creemos poderosos para hacer todas las cosas, y no nos damos cuenta que no somos nada. Lo bueno que podamos ser, solamente es por la obra del Señor, por la obra que el Señor hizo en nuestro corazón cuando nos limpió con Su sangre. Mi consejo es que desde el primer momento que tengan en el corazón tener un compañero o compañera, lo pongan delante del Señor. Si tienen el deseo de formar una familia, lo pongan delante del Señor. Aún el más mínimo detalle también. Porque hay un versículo que escuché hace poquito que dice: “Él nos elegirá nuestras heredades…” (Salmo 47:4) ¿Quién mejor que el Señor para que elija nuestras heredades? Uno quiere elegirse uno mismo sus heredades; uno quiere elegirse sus tiempos; pero el Señor tiene los tiempos perfectos. También hay un versículo en Jeremías 29:11 que dice: “Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis.” El Señor, en Su misericordia, me dio el fin que esperaba, de tener estos hijos preciosos. ¡Pero cuántas cosas habrá pensado para mí y yo intervine haciendo lo que yo quería! ¡Cuántas cosas y tristezas tal vez me hubiera ahorrado! El Señor nos pone pruebas. Realmente yo fui probada, fui probada y fui también reprendida, fui castigada, pero también fui perdonada y fui bendecida. En todas las cosas, en todo en todo los momentos de tristeza, de alegría, de prueba, pude ver que el Señor estaba ahí, inamovible. Él no se mueve de al lado nuestro, ¡no se mueve de al lado nuestro! Como dice un himno muy precioso: “Es tu fidelidad tan grande, oh Padre”.


Doy gracias al Señor porque lo más hermoso que me pasó en la vida es que Él me haya amado; me haya perdonado y me haya hecho Su hija, sino, no podría estar contándoles esta experiencia. Esto es lo que quería compartir... muy sencillo, pero muy grande, porque grande, siempre grande es la obra del Señor para cada uno de nosotros. Espero que les sea de bendición y que siempre pongan la esperanza en el Señor.

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