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Testimonio de llamamiento de Daiana Nygaard


Testimonio de llamamiento de la hermana Daiana Nygaard


En mi preadolescencia tuve la bendición de hacerme amigas en Cristo, junto a las cuales cuando tuvimos la edad de 12-13 años comenzamos a ir a las reuniones de jóvenes. Las reuniones de jóvenes se hacían (y aún se hacen) entre la iglesia en Villa Bosch y su anexo en Manzanares (ahora iglesia) y la Iglesia en Caseros. Luego de las reuniones de jóvenes, siempre nos reuníamos y hacíamos salidas al río o a comer algo. Jóvenes más grandes que nosotras nos llevaban y traían y cuidaban de nosotros, los más pequeños. Éramos un grupo muy grande y de distintas edades. Gracias a este gran grupo de jóvenes no tuve necesidad de buscar amistades del mundo, ni hacer salidas con amigos del mundo, pues todas esas necesidades las cubrían este hermoso grupo.

A los 13 años comencé a ir a los campamentos de la Comunión en la Quinta “Adelphia”. El primer campamento fue para afirmar mi salvación, pues acepté al Señor en mi niñez y no recuerdo que día fue, pero en este primer campamento, el Señor usó a la Misionera Siria Di Pardo para mostrarme mi necesidad ante Dios como una planta reseca por falta de agua. Lo que ella habló ese día se hizo imagen dentro de mi corazón y me humillé delante del Señor y atendió a mi sed.

Fue precioso poder ir a todos los campamentos en la quinta Adelphia. Pues lograba más amigos en Cristo de otras iglesias y el Señor me marcaba más y más. Las Misioneras Siria y Nélida asistían y eran un gran ejemplo, sobre todo Siria, cuando tomaba la Palabra en las conclusiones y en los ateneos. En un campamento de aquella época, hoy recordamos con mi esposo, que el viento no la dejaba predicar, no podíamos escucharla. Se enojó, paró la reunión, se puso a orar en voz alta para que el viento pare, y así fue, se calmó el viento y continuó el ateneo. Fue impactante su oración de fe.

Recuerdo que el Señor me llamó para servirle por su ministerio, muchas veces usaba el texto del Salmo 50:5: “Juntadme mis santos, los que hicieron conmigo pacto con sacrificio”


Yo oía al Señor que me llamaba allí en la Quinta, allí el Señor me apartó, con cuerdas de amor me limpió y me llevó hacia Él. Para los que tuvimos el privilegio de ir a la Quinta, lo consideramos un lugar santo, tal como el monte donde el Señor llamó a Moisés, allí debíamos despojarnos de nuestra vergüenza para estar delante del Señor. Además, asistí a congresos de Necochea y otras concentraciones juveniles. Recuerdo que hubo un período de tiempo en que preciosos obreros del Señor partían a su presencia mientras se estaba celebrando una concentración juvenil. Para mí era claro, que el Señor nos decía a todos los jóvenes que debíamos estar dispuestos a prepararnos para continuar la obra del Señor.


El ejemplo de las hermanas Di Pardo, era muy fuerte, ellas eran hermanas mayores y solteras. Le dije al Señor que si Él me necesitaba soltera a mí también, yo lo haría para servirle, aunque mi deseo era formar una familia. El Señor me contestó con los Salmos 127 y 128, que los conocí allí en mi adolescencia, y el Señor fue quien me los hizo conocer. Así entendí que me daría una familia cristiana. Yo no sabía con quién formaría una familia, pero un gran amigo mío y hermano en Cristo ya tenía la seguridad de que yo iba a ser su esposa, sólo que tenía que esperar por mí 7 años (Génesis 29:20).

Alrededor de mis 15 o 16 años, luego de un campamento en la Quinta nos reunimos algunos adolescentes en uno de nuestros hogares y nos pusimos a ver una película. Sin embargo, ese año habíamos aprendido el Salmo 71, y tuvimos más ganas de ponernos a leer la Biblia que a mirar la película, así que apagamos la tele y compartimos nuestras experiencias, fue un hermoso momento el que compartimos: “Porque tú, oh Señor Jehová, eres mi esperanza: seguridad mía desde mi juventud” Salmo 71:5.


El Señor me empezó a mostrar cómo le iba a Servir, pues el Señor llamaba y luego, de a poco, me fue mostrando en qué servirle. En la adolescencia, acompañaba a los preadolescentes en la actividad para ellos y, en alguna oportunidad, me tocó tener una clase para preadolescentes (en Villa Bosch tuve mi primera clasecita). Cuando tenía 18 años me pidieron que ayudara a servir la leche en la clase de 6 a 8 años de la Escuelita en Manzanares. Luego me pidieron que comience a tener la Palabra. Finalmente, la clase se hizo muy grande, por lo que la dividimos y yo me quedé con una pequeña parte y la mayoría con la maestra inicial. Era un grupito hermoso el que me había tocado. Uno de esos niños sabía cuándo yo estaba evangelizando a un nene nuevo, pues me miraba y miraba el nene nuevo esperando que entienda, y luego cuando pintaban los dibujitos el reforzaba predicándole del Señor. Es hermoso ver cómo los niños son tan sensibles a la Palabra y a predicar el Evangelio. También entendí la importancia de la actividad para reforzar lo que se aprendió en la clase.


A los 20 años me bauticé, luego de haber cumplido los estudios de bautismo, con los pastores Don Roberto y Juan Manuel Álvarez. Al año siguiente comencé la Escuela Bíblica, ya que sentía imperiosa necesidad de una preparación adecuada para servirle.

Así pasaron los 7 años que el Señor le había dicho a R. Andrés que tenía que esperar por mí, desde mis 13 a 20 años y sus 15 a 22 años. Yo ya también entendía la voluntad del Señor en este sentido. Así que nos pusimos de novios con Andrés, un joven de la Iglesia en Caseros, que también formó parte de este hermoso grupo de jóvenes y con el que compartimos reuniones, campamentos, salidas de amigos y aquella preciosa experiencia luego de un campamento. De modo que, con Andrés, primero fuimos amigos en Cristo, luego novios y luego esposos. Durante el noviazgo tuvimos que tomar la decisión de a qué iglesia asistir. Orando, entendimos que nuestro lugar era la Iglesia en Caseros.


Cuando fui a Caseros, me asignaron como ayudante en la clase 1, una clase que no conocía, y que aprendí mucho de mi suegra, quien era la maestra de la clase. Luego de dos años nació nuestra hija Jazmín, y tres años más tarde, estaba embarazada de Tiara, nuestra segunda hija. Jazmín, que tenía 3 añitos, me veía como mamá y como maestra de la escuelita y ahora tendría que compartirme en todos los sentidos. Las reacciones normales de la edad y de la situación, hacían que ella se me tirara encima cuando me tocaba dar la Palabra. Entonces, en ese embarazo pedí a la Iglesia que me cambiara de clase, ya que no sería conveniente continuar así. Al mismo tiempo, había necesidad de una hermana más joven para la gran cantidad de adolescentes que empezaba a venir. El Señor me había preparado de antemano a tratar con adolescentes, pues, aunque no estudié un profesorado, por la carrera que estudié, podía dar clases en la secundaria, y desde el año que me casé tenía algunas horas de docente en el secundario.


Hoy Tiara ya tiene 10 años, así que hace más de 10 años que estoy en la clase de adolescentes. Los temas dados en la Escuelita Dominical siempre se deciden en la Iglesia y se da en todas las clases. Muchas veces usamos los estudios del Misionero Juan Pedro Marino, estudios que para mí fueron muy útiles todos estos años. Para la clase, siempre les preparé una actividad para que a los adolescentes les queden los temas y los textos por si quieren volver a leerlos en la semana. A fin de año se los encuadernaba, de modo que les quedara una carpeta con una actividad de cada clase dada durante el año. De aquella primera camada de adolescentes que vinieron a la Iglesia ahora asiste una joven que está viniendo con la familia que formó. Ella me dice que todavía tiene las carpetas de la clase guardadas.


Te comparto mi testimonio, porque si como a mí, Él te llamó para servirle y no sabés cómo, en dónde y con quién, sólo le respondas al Señor que . Él hará la obra y te va a bendecir, como lo hizo conmigo y mi familia. Te comparto también el texto que usamos en la invitación de nuestro casamiento y que se mantuvo vigente en nuestras vidas:

“Grandes cosas ha hecho Jehová con nosotros, estaremos alegres” Salmo 126:3


Daiana Nygaard de González

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